EXTRAÑOS

Un rumor casi imperceptible delataba que había alguien en la cocina. Lola, despacio, se puso las zapatillas y la bata blanca que tenía al pie de la cama. Con sigilo, salió al pasillo y escuchó atentamente. Ahora no oía nada, a lo mejor lo había imaginado, a veces durmiendo una puede percibir cosas que realmente no ocurren, la noche muchas veces confunde. Empezó a relajarse cuando, de repente, volvió a escuchar ese ruido, ahora mayor. Alguien abría y cerraba unos cajones, parecían los de debajo de la encimera. El corazón empezó a latirle con celeridad, estaba sola, y Alex no volvería hasta las 6 de la mañana, tenía guardia en el hospital y todavía faltaban 5 horas.
¡Maldita sea! No sabía qué hacer, ¿sería un ladrón?, si era así, que se llevara lo que quisiera, pero que se marchara ya, no soportaba estar en su casa con un desconocido. Sin darse cuenta empezó a caminar hacia allí, al pasar por el despacho de Alex, recordó que tenía un bate, un recuerdo de su amigo Michael de EE.UU., entró y lo cogió, por suerte estaba al lado de la puerta, apoyado en la pared. No era el mejor sitio para guardarlo, pero si a él le gustaba tenerlo allí, no sería ella quien lo cambiara. Le sudaban las manos, nuca imaginó que ese bate pesara tanto, pero era lo único que había encontrado.
Tenía que pensar alguna cosa, pero no se le ocurría nada bueno, estaba demasiado nerviosa. Debería llamar a la policía, pero el teléfono estaba en la cocina, siempre decían que tenían que poner un supletorio en el despacho, para no tener que bajar corriendo cuando estaban en el primer piso, pero habían dejado pasar el tiempo y no lo habían hecho, sería lo primero que rectificaría al día siguiente. El rellano se acabó, a través de las barras de la barandilla miró abajo, no veía nada, las luces estaban apagadas y sólo la luminiscencia de la luna dejaba avistar sombras poco definidas que parecían llenas de vida.
Empezó a bajar despacio y sigilosamente peldaño a peldaño. Ahora el silencio era tan denso y opaco que no podía distinguir nada fuera de sus propios movimientos, los cuales parecían ensordecedores. Al llegar abajo, notó que le dolían las piernas, seguramente de la tensión. Estaba temblando, notaba cómo sus ojos giraban dentro de las orbitas, deseando, por fin, descubrir quién había, o aún mejor, que ya no había nadie. Por unos instantes permaneció inmóvil al pie de la escalera, escuchando otra vez el vacío.
Respiró todo lo hondo que pudo y dando un paso al frente se situó delante de la puerta de la cocina, alargó la mano lentamente hasta el interruptor y encendió la luz. Estaba a punto de desmayarse, lo estaba pasando fatal, pero por suerte vio que no había nadie, la ventana estaba abierta y las cortinas ondeaban al viento. Sólo tenía que cerrar la ventana y listos. Dejó el bate encima de la mesa y cerró rápidamente la ventana, cuando de golpe una fuerte mano la agarró del brazo y la arrastró hacia la pared, le golpeó con fuerza la espalda contra la nevera y cogiéndola por el cuello se le puso delante, mirándola fijamente a los ojos. Le estaba haciendo daño, notaba cómo su mano apretaba cada vez más su delgado cuello, no podía tragar saliva y sus manos no podían deshacerse de ese brazo maligno que no cesaba de oprimir. Era un tipo alto, corpulento, vestido de negro con un pasamontañas también negro. Con la otra mano, se subió el pasamontañas, dejando su boca al descubierto, se acercó a ella y comenzó a lamerle los labios. Tenía miedo, empezó a llorar, entonces, notó una fuerte punzada en el costado, sus ojos se abrieron mirando inmutablemente a su opositor ante el dolor. Este la soltó y empezó a correr, llevando en la mano un afilado cuchillo que le regaló su hermana por Navidad, abrió de nuevo la ventana y se fue.
Lola cayó lentamente, quedando sentada junto al cubo de la basura. Se miró y vio su bata blanca tiñéndose de rojo, la mancha no cesaba de crecer, empezaba a tener frío, intentó moverse, pero no podía, le dolía todo, no tenía fuerzas. Lloraba en silencio mientras pensaba cómo se sentiría Alex cuando la encontrara. Deseó chillar, pero no podía articular palabra. Se sentía triste y asustada, pensó en su madre, no quería morir.
Ahora el silencio dejó paso al latido de su corazón, que cada vez latía más despacio, hasta que no pudo aguantar el peso de sus parpados y sus ojos se cerraron en un angustioso sueño para siempre.


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